lunes, 17 de noviembre de 2008

"Venta Tu Casa"

La hora de almorzar pasó hacía unas tres horas, por lo que, tras fregar toneladas de platos, sus manos yacían aún húmedas sobre sus pantalones. Normalmente los martes no pasaba tanta gente por aquel lugar. Pero las comidas de empresa (por mas serias que parezcan) siempre acaban con copas de más, chistes y algún que otro tipejo enchaquetado, siendo cargado por dos de sus compañeros. La hora de la friega había sido larga. Lo que mas asco le daba, era tener que quitar con sus propias manos (aunque fuese con guantes), las salsas pegadas al plato con trocitos de cáscara de los diversos mariscos que “Venta Tu Casa” ofrecía con un cartel con colores rojo y amarillo como ofertón!!.

Tras el largo verano cansino, y tras las pocas ventas producidas por la “crisis” que tanto acechaban las telenoticias, el otoño amanecía como si la crisis aún estuviese ahí, pero con la crisis afectando a otro sector empresarial. Otro sector empresarial como parecía ser el Estado. Pero la “Venta Tu Casa” abría desde las 7 de la mañana para los señores madrugadores que tomaban su café antes de ir a trabajar, y cerraba a la 1 de la madrugada, para terminar de fregar los sucios suelos que se manchaban de cáscaras de pipas, colillas, ceniza de las colillas, alguna que otra sorpresa canina que la gente marcaba desde sus zapatos.

A esas horas de la tarde, plantearse todo eso, no era muy buena idea, ya que si ya era ese su trabajo, y ese su negocio, él mismo se hacía responsable de sus actos. Era lo que tenía ser autónomo. Si tu negocio va mal. Malo puede ser tu camino. Aunque tal vez tengas suerte y algún día te toque la lotería. Entonces te darían igual las cáscaras, las colillas, las cenizas, e incluso...bueno no. Las cacas de perro no. Eso siempre seguirá dando asco.

Pobre empresario individual. Trabaja para vivir, pero vive para trabajar en ese iluminado, pero a veces tan oscuro emplazamiento. Aquello no se podría decir que era vivir. Tampoco trabajar. Las horas se hacían deshoras. Los momentos mas privados no los pasaba con una mujer. Sino con tenedor y cuchillo a la hora de comer.

La hora de comer. Hora en la que nuestro empresario no podía pararse ni a pegar un pequeño bocado. Por lo que apenas tenía hora de comer. Tal vez picoteaba antes de la hora punta. Pero siempre aparecían varias personas que no le dejaban ni respirar. Bueno si. Le dejaban respirar. Pero nuestro pequeño empresario no podía pararse a pensar que debe coger una gran bocanada de aire y estirar sus músculos. No podía ni echarse una energética y salubre siesta. Tal vez pensara que era la hora de coger todos sus beneficios, cerrar el local, e irse de viaje a un lugar donde comer marisco, fumar sin preocupacion de que la ceniza machase el suelo, y donde los perros hiciesen sus necesidades en los lugares en los que sus pies no las viesen, y luego, pasarse por algun bar a quitarse disimuladamente ese trozo de fin de trayecto de la digestión canina.
Nuestro querido empresario no podría hacer eso. No era tan cruel. Y sus pequeños cromos de santos colocados junto a la máquina de café le decían que si miraba en la biblia, reconociese que no podia hacer eso para no ser castigado.

Y no tan solo por el todopoderoso al que todos temen en ese libro tan “sagrado”, sino ya por el hecho de sentir el eco de la voz de su ya difunta madre, aconsejándolo con palabras sabias como lo eran “no le hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a tí”. El problema era el siguiente ¿Y si ya se lo han hecho a él antes de que él lo hiciese? Vaya por Dios... Los pensamientos de nuestro pobre empresario individual le hacían sentir un poco loco ante tanta duda. Y ahora que se veía a sus cromos de santos y recordaba los santos escritos ¿No se sentían todos esos personajes presionados por un ser superior a ellos? Ese ser produjo guerras, muertes, sacrificios... Hacía que las personas se liberasen de los pueblos que los acogen, haciéndolos personas importantes, y luego vagabundos con un pueblo liberado de vagabundos. Intentaba convencer a las masas para que se revelasen. Intentaba seducir para luego quitarles de las manos lo que mas anhelan.

A las pequeñas partes del Edén las llamó “Pecados Capitales” e hizo que matasen a su propio hijo. Nuestro pequeño empresario se empezó a sentir encerrado en aquel lugar llamado “Venta Tu Casa”. Lo único que le apetecía era liberarse, y convertirse en alguien reconocido por sus actos y no por su trabajo. De repente nuestro empresario quiso pasar a ser emprendedor de largos viajes a través del universo. Quería conocer todo el mundo, las culturas, la música, el sabor de la humedad de las selvas tropicales y el frescor que producían las brisas árabes al chocar contra su sudor. Quería ver la nieve sin necesidad de limpiarla de la acera de su local. Quería volver a jugar como lo hizo cuando era joven. Se le encendió la pequeña bombilla de la idea de descubrir un nuevo mundo fuera de esos parajes tan sobrios y pestilentes a caca de perro, y conocer todo lo que no conocía. Quería comer la manzana del Edén. Quería cruzar fronteras. Bordear esas fronteras. Una a una. Quería contar sus historias, y dejar de escuchar historias de los demás. Quería que sus historias tratasen de algo mas que de sabores de cafés, friegaplatos y limpiacristales detrás de una barra. Quería historias de aventuras como las que veía en su infancia. Quería ver historias increibles como las que imaginaba cada vez que soñaba con las montañas y los mares.


La inquietud y el entusiasmo por recorrer estas nuevas aventuras, hicieron que nuestro pequeño empresario dejara a medio fregar los platos, se quitase los guantes y cogiese un papel en blanco y un rotulador gordo. Escribió una nota en la que se podía leer “CERRADO POR VACACIONES”.
Entró por una de las puertas que daban paso a su casa. Entró en su habitación. Abrió el armario. Quitó una losa de madera que hacía de cajón falso del armario y sacó un maletín. Lo puso encima de su cama. Cerró el cajón con la losa. Cerró el armario y salió de la habitación maletín en mano. En el salón, se dirigió al sofa cama. Quitó una de las cremalleras de uno de los cojines, inhundó la mano hasta el fondo y saco una cartera, donde disponía de una tarjeta bancaria. Cerró el cojín y salió de su casa por la puerta de acceso al bar. Apagó todas las máquinas, excepto la caja, de la que sacó todo el dinero. Abrió el maletín y metió ahí el dinero de la caja como pudo, ya que el maletín contenía montones de billetes monetarios. Cerró su maletín. Apagó la caja y salió por la puerta. Con la mano casi temblando cerró la cerradura de la puerta. Se dió la vuelta, y al cruzar la calle, sin mirar se escuchó un frenazo de un Opel Corsa gris que se paró justo ante sus rodillas. El empresario miró al conductor con las pulsaciones como si hubiese corrido una maratón, y el conductor gritaba algo dentro del coche sacando la mano y agitando el puño por la ventana. Siguió cruzando mirando al conductor y...SHOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOPP!!!!!! Frenazo.

La imagen de ver todos los billetes de 100 euros volando era impresionante. La gente se acercaba saltando a por los billetes. Nadie tuvo en cuenta que milésimas de segundo antes, un camión de cerdos hacía añicos el cuerpo de nuestro empresario y salpicado la calle y al Opel Corsa de nuestro queridísimo conductor, con la sangre de el pequeño empresario.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me he quedado helado con tu relato. Me surge escribirte algo aunque no se bien qué. Un abrazo